La utopía irrenunciable
DISCURSO DE JOAN MANUEL SERRAT
AL RECIBIR EL TÍTULO DE DOCTOR HONORIS CAUSA DE
LA UNIVERSIDAD NACIONAL DEL COMAHUE
10 DE JUNIO DE 1999
Ilustrísimo Señor Rector, claustro de profesores,
autoridades, amigos. En ocasiones como ésta, lo primero que le corresponde al
interesado es dar las gracias. Agradecer el reconocimiento y agradecer todo el
cariño que acompaña a este reconocimiento.
Aunque después me gustaría aclarar un par de cosas en
referencia a esto de los méritos de la distinción.
Quede claro que no es mi intención llevarle la contraria ni
quitarme méritos. De eso ya se ocupan otros. Pero supongo que coincidirán
conmigo en que un hombre, al defender los derechos humanos no hace otra cosa
que actuar en defensa propia. Y respecto a lo que yo hago y la forma en que lo
hago, debo confesarles -sin provocar envidia en nadie- que soy un hombre que
disfruta del privilegio de tener una profesión que le hace feliz.
Soy feliz con mi oficio. Hago lo que me gusta hacer. Y
además, me aplauden. Y constantemente percibo esto. Percibo que la gente me
quiere. Por hacer lo que hago, por hacer lo que me gusta hacer. Esto, amigos,
más que un mérito, es una suerte. Es una bendición del cielo.
Ha sido este oficio de escribir y de cantar el que me ha
permitido caminar el mundo. Conocerlo de cerca y participar en directo de todas
y cada una de las posibilidades que la vida me ha ido brindando.
En las encrucijadas que me encontré en el camino, siempre
actué de acuerdo a mis criterios y según mi conciencia, lo cual tampoco tiene
mérito alguno.
Hago propio lo ajeno, sencillamente por necesidad de querer
y de ser querido. Y trato de conocer todo aquello que ignoro y formar parte de
ello, porque soy muy curioso.
Les ruego que no entiendan esto como una modesta respuesta a
una generosa distinción. Yo siempre he pensado que las justificaciones cargadas
de modestia suelen esconder pecados más terribles que la propia soberbia.
Estoy encantado de este reconocimiento. Encantado de la
vida: me gusta que me den besos. Pero debo confesarles que no puedo evitar
tener una sensación muy curiosa, que supongo que debe ser la misma que tiene un
niño cuando le dan un premio por comerse un helado
Me enorgullece que una casa de estudios como ésta me premie,
nada menos que con un doctorado, cosa que nunca conseguí por la vía normal.
Pienso que si me miraran mis padres en estos momentos, ellos que tanto
sufrieron cuando me inicié en el turbulento oficio de la música, abandonando el
prometedor futuro que me ofrecía la industria agropecuaria vendiendo tractores,
e insecticidas, se sentirían realmente muy orgullosos de mí, viendo a su
muchacho premiado por una universidad, esa misma universidad por la que tanto
pelearon ellos para que yo pudiera acceder.
La universidad, generadora de conocimiento. La universidad,
esencia de la humanidad lúcida.
Esta fue, desde mi niñez, para mí, un mito. Un horizonte
deseado y, evidentemente, un camino de progreso.
Creo en el conocimiento como en el pilar fundamental que nos
sustenta y que nos caracteriza positivamente como especie. Sólo con el
conocimiento progresamos. Lo hacemos individual y colectivamente. Pero sólo
progresamos a partir del conocimiento. Y en eso ustedes, señores profesores,
ejercen un papel fundamental en la génesis y en el reparto de este
conocimiento. Creo en el conocimiento como en el mejor de los bálsamos para
curar buena parte de los males que padece la humanidad. Un conocimiento para
acercarnos a la sabiduría o a la bondad, que para mí son sinónimos de la misma
manera que estupidez y maldad también lo son.
Así que voy a aprovechar la oportunidad para romper una
lanza a favor del conocimiento y lo voy a hacer apoyándome no sólo en su
interés público ni en la importancia del desarrollo del individuo, sino lo voy
a hacer también apoyándome en su rentabilidad porque el conocimiento es rentable;
apoyándome en su eficacia porque el conocimiento es eficaz. Y rentabilidad y
eficacia son dos valores que interesan especialmente a una sociedad capaz de
justificar cualquier tropelía siempre y cuando ésta esté avalada por el éxito.
Diría que el conocimiento nos ayuda a saber cómo somos. Nos
ayuda a descubrir qué nos interesa y, por tanto, qué nos conviene. En
definitiva, el conocimiento nos ayuda a vivir mejor.
Debo decir que el conocimiento es bueno para la salud, lo
cual es un buen negocio. El conocimiento también nos ayuda a saber cómo son los
demás. A entenderlos, a comprenderlos, a respetarlos y a quererlos. Podemos
decir que el conocimiento es bueno para la convivencia, lo cual también es un
buen negocio.
El conocimiento es bueno para progresar. Es bueno para
alcanzar el éxito, un éxito sin el cual parecería que uno no es nada en esta
vida. Nos ayuda a superar los obstáculos.
El conocimiento agudiza el grado de civismo de los
ciudadanos y aclara buena parte de las obligaciones y derechos de cada quién en
el reparto de responsabilidades y también de beneficios.
El conocimiento profundiza la vida democrática, aportándole
justicia e igualdad. Podemos decir que el conocimiento es bueno para crear un
tejido social cohesionado sin el cual es absolutamente imposible el progreso de
un pueblo.
El conocimiento nos permite también saber más y mejor del
entorno, de la naturaleza de la que formamos parte y de la que dependemos
también. Podemos decir que el conocimiento es esencial para la supervivencia de
la especie sin deterioro de la calidad de vida. Y más. El conocimiento influye
en nuestros deseos y en nuestros sueños y, por tanto, también, en nuestro
destino.
El conocimiento estimula nuestra curiosidad, nuestra
sensibilidad.
El conocimiento es bueno para alcanzar una vida
culturalmente más plena, artísticamente más fértil, más lúdica y más feliz. En
fin, que el conocimiento es bueno para vivir en paz, para aprender a ser libres
y para crecer, para crecer sin miedos. Muchos son los beneficios que produce el
conocimiento.
Un conocimiento que se adquiere en todas partes, en la casa,
en la escuela y en la calle. Un conocimiento que nos llega a través de la
palabra, de la observación, de los libros , incluso de la televisión. Pero
sobre todo, un conocimiento que tiene su eje vertebrador en la universidad.
El esfuerzo en producir y gestionar este conocimiento no les
quepa dudas que es el que tiene mayor rentabilidad para el desarrollo de los
pueblos y de la humanidad entera.
Pienso que si la humanidad se moviera con más lógica, con
más sentido común y de una manera más científica, la educación no sería esa
pedigüeña esquinera de hoy en día. La educación, como una querida, estaría
subvencionada por todos y cada uno de los ministerios públicos.
Aunque no tuvieran ninguna sensibilidad al respecto, el
Ministerio de Economía, el de Salud Pública, desde el Ministerio de Trabajo al
del Interior, desde el Ministerio de Medio Ambiente de Turismo... todos
deberían subvencionar la enseñanza, la universidad y al conocimiento por la
sencilla razón de que es un buen negocio. Es un buen negocio del cual todos
salen beneficiados. Pero ya les decía que el mundo parece tener otras
prioridades y nuestros administradores eventuales -también llamados
gobernantes- en general, no están por esta labor.
Reclamos como éste les suenan a utopías. Como si ellos
supieran qué son las utopías.
Pero ustedes sí lo saben. Ustedes, gente de la Patagonia,
hijos y herederos de tantos que aquí llegaron cargados de sueños y de quimeras,
ustedes sí saben. Aquí, a esta tierra dura e inclemente, llegaron gentes de los
más diversos lugares. Pero gentes que tenían en común una utopía.
Muchos llegaron buscando imaginarios tesoros, después de que
un par de tipos que naufragaron por estos pagos, por 1596, asegurasen haber
encontrado una ciudad más rica que el Cuzco a la que llamaron Trapalandia...
(una de las cosas buenas que ocurren cuando lo nombran a uno doctor Honoris
Causa de algo, es que no le queda otra que informarse de un montón de cosas y
así poder responder adecuadamente).
Entonces va, se sube a la escalera y le sacude el polvo a
aquel viejo volumen que nos miraba con ojos muy legañosos desde arriba de la
estantería, y nos dice: "¡hombre, por fin te acuerdas de mí!". Y de
allí recordé que desde Trapalandia hasta nuestros días, toda una galería de
personajes migraron con sus utopías a cuestas a estos pagos que -hay que
decirlo- Darwin llamó "tierra maldita" . Y Antonio de Córdova dijo
que ésta era "la parte más desdichada y despreciable del orbe". No sé
si voy a ganar muchos amigos con este discurso. Pero si ya en España vimos que
un pensador francés -Jean Boudrillard- llamó a esto "la desolación de las
desolaciones" comprobaremos que la Patagonia no quedaba muy bien parada
según la prensa de la época. Pero, a pesar de ello, hasta aquí llegaron todo
tipo de gentes.
Desde aventureros de escasos escrúpulos hasta colonos
buscando un lugar mejor donde meter la vida. Aquí llegaron desde buscadores de
oro hasta científicos como el Perito Moreno, como James Cook, que exploró el
litoral buscando revelaciones geológicas y botánicas. Por aquí anduvo también
Hernandarias buscando incansablemente la Ciudad de los Césares, obviamente sin
ningún éxito. Muchos fueron los colonos y aventureros que acudieron en los
siglos siguientes a buscar riquezas acá. Y aunque a decir verdad, casi todas
las expediciones acabaron en desastres, ellos siguieron llegando, cada quien
con sus sueños, cada cual con su utopía.
Cómo no van a saber ustedes de utopías. Aquí llegó la utopía
de los galeses; llegó la utopía de los gallegos; de los lioneses de Astorga,
los maragatos.
Llegó la utopía de Tomás Antonio Romero, porteño convencido
de que la Patagonia estaba destinada a ser un gran centro industrial para la
pesca y el procesamiento del bacalao, de la sardina, de la carne salada. Y
llegaron más utopías. Llegó la utopía de los fugitivos, como la de Butch
Cassidy y la de The Sundance Kid. Llegaron del Oeste americano a principios de
siglo, precedidos de una terrible fama de cuatreros y asaltantes.
Detrás de ellos llegó la utopía de la agencia de detectives
Pinkerton, tratando de echarle el lazo al Cassidy. Y llegó la utopía del
ferrocarril que soñó Ezequiel Ramos Mejía. Y la utopía sencilla y rebelde de
los cientos y cientos de peones que acabaron frente a los pelotones de
fusilamiento del coronel Varela.
Ustedes saben de utopías, porque la utopía a lo largo de la
historia es la que templa adversidades y la que renueva esperanzas. La utopía
irrenunciable, ésa que no va a ninguna parte, que no puede ir a ninguna parte,
si no es de la mano del conocimiento. Si hubiese que inventar un slogan mundial
para una supuesta campaña de sensibilización al servicio del progreso de la
humanidad, yo propondría éste: "Querida Tierra, hazte sabia".
Si tuviese que resumir todos los consejos en uno solo,
también sería éste: "Querida Tierra, hazte sabia".
La educación, la escuela y la universidad son instrumentos
fundamentales para conseguirlo. A ustedes y a todos los que como ustedes
trabajan en este sentido, les doy las gracias por hacer lo que hacen,
colaborando a que los sueños se acerquen un poco más a la realidad cada día. Y
nada más.
Espero que ustedes, gente sabia y, por lo tanto, tolerante,
sabrán juzgar mis palabras más por su intención que por la manera en que he
sido capaz de expresarme. Gracias por vuestra generosidad. Les deseo muchos
años de vida para seguir por este camino,
JOAN MANUEL SERRAT