martes, 22 de junio de 2010

Con A


Andá a trabajar, haragán...! El presente mandato tiene sus orígenes en la cultura Judeo-Cristiana, según testimonia el mismísimo libro primero de la Biblia.
Dice en el Génesis que cuando Jehová echó a patadas del paraíso a Adán y Eva -por poco confiables en eso de los mandatos- los castigó con males que hasta ese momento no conocían: Con dolor parirás tus hijos (a ella) y ganarás el pan con el sudor de tu frente (a él). Con el tiempo, la necesidad de que el sistema funcione y la complicidad de los religiosos, lo que en principio era un castigo fue tornando a color rosa con aggiornamientos varios hasta convertirse en un derecho humano. Es decir: todos tenemos derecho a ser castigados. Pero, tratándose de la raza humana, la cosa no podía acabar en tan solo una contradicción: generaciones enteras creen que ese “derecho” es una obligación y es tal la fuerza del mandato, que se equipara a la intensidad del trabajo que realiza alguien con su calidad de persona; de modo que se escucha a menudo el elogio es muy trabajador-a, muy buena persona. Parecería -en esta era donde la confusión es la gran ramera babilónica del apocalíptico anuncio- que trabajar mucho tendría un efecto casi mágico en la construcción de una persona, así como en menor escala pero casi tan popular sería el efecto de la actividad física para la salud psíquica, que se promueve generalmente en práctica de deportes como panacea antiadicciones, entre otras virtudes, que casi dejan sin trabajo a psicólogos y psiquiatras.
Esta valoración abstracta del trabajo, pegando el concepto a la dignidad, la libertad, el desarrollo y varios etcéteras con formato de slogan, contribuyen a instalar con cepo y grilletes que eso no se discute. Cualquiera que ose cuestionar estas valoraciones, sufrirá el aislamiento social y quedará sellado con la nada honrosa denominación de haragán.
Lo cierto es que los únicos realmente beneficiados por el trabajo, son los dueños de las riquezas, no los trabajadores. Recuérdese que los primeros no están sometidos al mandato: ellos tienen mucho dinero y no necesitan trabajar para vivir y a nadie se le ocurre decirle haragán a un rico. Los que tienen que trabajar, popularmente asumido, son los pobres. Cuando no lo hacen, ellos si son considerados haraganes, tanto por los que se beneficiarían con su trabajo, como por sus pares que, mayoritariamente, creyeron el cuento y se desloman para no ser víctimas de la despiadada crítica a que, de no hacerlo, serían sometidos por las otras víctimas que hacen de policías del sistema.
Tan a la vista que no se ve, está la experiencia concreta de millones de trabajadores que de ninguna manera alcanzan a saborear las míticas mieles –tan siquiera- del alto poder adquisitivo y que van como burros tras la zanahoria (o la sofisticada imagen de ella), por la que –a fuerza de no alcanzar- suele ocurrir que comiencen a perder interés. Para el caso que ello ocurra, los previsores ideólogos se reservan a modo de azote, el acicate de las deudas. Obligados a procurarse su propio garrote para poder “ser”; deben, luego existen. “...están condenados al insomnio por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar”. (Patas Arriba – Eduardo Galeano).
Después de más de 40 años de deslomarse al sol o al frío, realizando duras tareas y obedeciendo fiel y respetuosamente las órdenes, siempre pobre y luego jubilado con la mínima, concluyó mi padre en una sobremesa: ...el trabajador gana lo suficiente para volver a trabajar al otro día...Aún espero con ansias que alguien me explique, razonablemente, la diferencia entre esto y la esclavitud; tanto como espero poder entender alguna vez cuanta justicia hay en eso de que los pobres, como si tal condición fuese poca desventaja, tienen que ser además: trabajadores, creyentes, honestos, limpitos, educados, respetuosos, abstemios, sumisos y, preferentemente, negros.
http://www.delaservitudemoderne.org/espanol1.html

lunes, 14 de junio de 2010

SI EL VINO VIENE...


Con la habitual fascinación del bebedor, paseaba la mirada por varietales, malbecs, sauvignones y tintos tantos que ofrece la góndola del super, cuando una joven acompañada por la cajera se acerca al sector de privilegio. Exhibe un estuche de madera para vino, de buena calidad, con habitáculos tallados en el interior de la tapa, conteniendo sacacorcho, termómetro y otros adminículos para la ceremonia del buen beber. Refiere la muchacha a los $ 200 (aprox U$S 50) que pagó por el estuche y pretende ayuda para elegir un vino acorde, a fin de “quedar bien” con el regalo. Implícito en el diálogo el permiso para intervenir, sugiero un Rutini (lo mejor exhibido), que ostenta míseros (por comparación con el estuche) $ 62.-
La dama retrocede espantada y opta por otra bodega que ofrece uno de sus tintos a $12.- Todos felices, sonrisa de despedida y agradecimiento por nada... es decir, por la frustración de la primera impresión y por la confirmación de una persistente observación: Vivimos a cada instante la cultura de la imagen, de la apariencia, del “parecer ser”.
Nada de esta elucubración estaba –seguramente- en la cabeza de la joven que quería agasajar a su suegro. Casi no tengo dudas de que haya logrado “quedar bien” y es probable aún que, mas allá de eso, legítimamente aprecie a ese hombre. Sin embargo, influida por esta cultura hasta lo hipnótico, nunca supo que privilegiaba el continente por sobre el contenido. Lo esencial es invisible a los ojos, había dicho Saint Exupery en El Principito, también solitario y frustrado a estas alturas.
La desmedida y sobrevalorada importancia que se le da a los envases (continente), actúa en desmedro de los contenidos; tanto así que, no hace mucho, una publicidad llamaba la atención con el lema: lo que importa es la cerveza.
Pero, infinitamente mas trascendente que los objetos es la persona y, sin embargo, el packaging se apropia despiadadamente de ella, envolviéndola en una presentación exquisita, excluyendo sin ningún pudor al contenido, de tal modo que todos los estímulos están dirigidos al cuerpo, el envase o continente de la persona.
Se transmite con abrumadora fuerza la idea de que ésta y su apariencia serían la misma cosa, creando estereotipos para todos los gustos y proliferando entonces no pocas decepciones que aún no alcanzan para despertar a esta humanidad occidental, cristiana y globalizada, del sueño hipnótico en que se encuentra por obra y gracia del consumismo (entre otras cosas que podemos buscar mas atrás).
Tenemos hoy superabundancia de cosméticos, cirugías, gimnasios, prendas de vestir, drogas, derivados lácteos y otros incomibles que suelen venderse con el argumento de que servirían para vivir más, una falacia que en realidad confunde el vivir de la persona con el durar del cuerpo, con el agravante de la dudosa efectividad del producto aún en eso de la duración. Suele proponerse también que “verse bien” tendría efectos milagrosos en el “interior” del sujeto que, a estas alturas, ya es objeto; habiendo resignado su condición de ser pensante, a la de ser pensado por otros, esos que le dictan como es “verse bien” y que comprar para lograrlo. Dado que esta última condición persigue intereses de poder, casi invariablemente económicos, ¿cuánto de la persona puede llegar a construirse? ¿Cuánto de su propio deseo? ¿Cuánto de adquisición de conocimientos, de capacidad de análisis, de evaluación y valoración de actitudes? ¿Cuánto estímulo dedicado al pensamiento, a la construcción de la persona que habita ese cuerpo? ¿Cuánto valor se adjudica a las “mil palabras” que crean y construyen, y cuánto a la imagen que supuestamente “vale mas”?
“Si el vino viene, viene la vida...” jugaba y casi cantaba don Horacio Guaraní; pero, ¿qué pasa si solo viene la botella? Aquí, precisamente, es donde estamos.

domingo, 6 de junio de 2010

Bicentenario


En la foto
Jorge Lynch,
Profesor de Historia, autor de lo que sigue.






Por coincidencia y solidaridad, publico a continuación el texto del discurso pronunciado por este amigo, el 25 de Mayo de 2010 en el acto oficial.


A los vecinos y autoridades:

Si en esta ocasión solo nos centráramos en rememorar a nuestros héroes del pasado, no aportaríamos nada nuevo a esta significativa fecha. Algunos de estos héroes realmente lo fueron, otros, fueron dibujados por la pluma de los historiadores. Pero gran parte aún mora en la mudez de la historia.

Para esta oportunidad en lugar de repetir lo usual y sentirnos grandes y frustrados al mismo tiempo; grandes, por una ilusión de un pasado que tal vez no lo fue tanto y frustrados por no haber encontrado el camino que ese pasado parecía prometer.

Es hora que mencionemos aquellos actos en los cuales como sociedad somos herederos y responsables, mas aún, somos culpables en la actualidad por seguir reiterándolos. De este modo, al testimoniarlos, poder remitirlos definitivamente.

El proceso que se inicia el 25 de mayo de 1810, no solo es obra de la voluntad de sus actores, sino también de causas internas y externas que de alguna manera condicionaron las características del mismo. De igual manera la instalación en este territorio de una nueva identidad política, la Argentina , que no estaba en ciernes hace doscientos años, sino que es obra de las elites regionales que adoptaron la forma del estado nación, para insertarse en el mundo y el mercado internacional; esta decisión, que hoy deseamos aplaudir, no estuvo exenta de errores e injusticias que aún hoy repetimos como una maldición.

Pablo Neruda, dijo que los españoles se llevaron todo y nos dejaron todo, los españoles se nos llevaron el oro, y nos dejaron el oro, al dejarnos la palabra. Este gran poeta en su grandeza no agregó que también nos dejaron la incapacidad de ver en el otro a un igual, en comprender y convivir con la diversidad.

Así es como esta sociedad -y de esto no siempre tiene la responsabilidad algún actor político- a veces desprecia hasta lo indecible a los que ahora consideramos extranjeros, aunque no siempre lo fueron. Hemos inventado un calificativo para los originarios de BOLIVIA y pocos saben que este territorio, nuestro territorio, es libre porque cuando San Martín decidió emprender su campaña liberadora, cruzando los Andes, fueron los antepasados de los que hoy despreciamos, quienes en alguna oportunidad hasta solo con sus manos contuvieron la marea realista que bajaba del Perú para ahogar en sangre la libertad primera.

Acusamos constantemente a nuestros hermanos chilenos, responsabilizándolos de actos que cometieron sus gobiernos, pero no su pueblo y tampoco sabemos que casi la mitad del ejército de los andes estaba formado por soldados de esa región, los que no tuvieron ni vergüenza ni reservas de servir al mando de un general argentino, quien realizó la única tarea redentora posible, que es la de liberar a los pueblos.

A menudo, nos quejamos con justa razón del abuso imperialista y colonialista de Inglaterra, por la usurpación de nuestras islas Malvinas, sin embargo, también nosotros fuimos un país agresor e imperialista, cuando junto al Imperio del Brasil y a Uruguay, destruimos al hermano pueblo paraguayo, dejando solo mujeres, ancianos y niños.

Posteriormente, fueron los pueblos originarios las víctimas, aquellos que tanto por su valor, como por su mansedumbre habían sobrevivido a la conquista española. Así es como mapuches, araucanos, tehuelches en la Patagonia y tobas en el gran chaco, fueron exterminados, robados y reducidos a la servidumbre. Lo que no había hecho la conquista española, lo hizo este nuevo estado y lo avaló esta sociedad. Me pregunto si para estos pueblos tenga algún valor o sentido este bicentenario.

A esta situación tenemos que agregarle la invisibilidad a la que se sometió a la población afro descendiente, a la misma solo se reserva el recuerdo estereotipado, la de un vendedor de pasteles que parecía ir alegre por la Buenos Aires colonial, mientras que en realidad lo que realizaban eran las duras tareas agrícolas y de servicios para que una clase hispano criolla gozara sin preocupaciones.

Aunque, sin ir mas lejos en los archivos de nuestra parroquia se encuentran las actas bautismales de la población esclava y liberta, cuya sangre posiblemente vague por la venas de algunos de nosotros, esperando algo de reconocimiento.

Solo recordado para las efemérides, es el sitio que se le reservó al gaucho en nuestra cotidianidad, incluso a aquellos que hoy representan, a los que alguna vez con su sangre regaron las acequias de la liberación, se los somete, teniendo que pedir permiso al poder de turno, para iniciar desfiles y procesiones. Sería al menos justo que luego de este acto se aboliera del protocolo tal sumisión.

Por último, para que todos comprobemos como funciona el patriarcado, el papel de la mujer en la historia argentina ha sido relegado a uno secundario. La figura de Mariquita Sanchez de Thompson nos llega desde los libros, como la de una dama, que invitaba a sus tertulias a los jóvenes revolucionarios, no nos cuentan que era una de las principales intelectuales de la época, capaz de enfrentar a sus padres, llevándolos a un juicio de disenso, porque le habían elegido otro compañero que el que su corazón deseaba.

Ni que hablar de Juana Azurduy de Padilla, tuvo que tener la Argentina una presidenta, para reconocer el valor de esa mujer por entonces altoperuana y desde al año pasado es una generala del ejército argentino.

Es imposible no mencionar que fue la lengua y la boca, nuestras lenguas, nuestras bocas, las de esta sociedad, las que durante la última dictadura decían “por algo habrá sido”, créanme que eso fue tan cruel como las mismas manos ejecutoras.

Todos nuestros prejuicios y discriminaciones son reparables, no solo nuestra reflexión puede ayudarnos. Nuestro país cuenta con leyes, con tratados internacionales, que pueden convertirse en herramientas que moldeen a los nuevos ciudadanos. De manera tal, que en los próximos años las nuevas generaciones, sean individuos libres de verdad.

Si en algún momento hoy nos toca unir nuestras voces para vivar a la patria, hay que hacerlo, pero con la certeza que bajo esta patria, entidad intocable, se esconden o cobijan, no un pueblo, sino varios, que esperan su momento.

Muchas Gracias