domingo, 4 de julio de 2010

El Fraude

La milanesa de soja, el consolador y la muñeca inflable, constituyen burdas imitaciones de auténticos productos originales, como son la milanesa de carne de ternera, el pene y la mujer.
Estos populares reemplazos se justifican con innumerables excusas, donde el centro de la cuestión, suele girar en torno al desagrado que el original produciría en el consumidor. Sin embargo, llama la atención que el reemplazo conserve la forma del auténtico. Si tanto rechazo produce en la víctima un trozo de carne con pan rallado y huevo, ¿porqué construir una alternativa con el mismo aspecto? Ya se sabe que no es; entonces, ¿cual es la necesidad de hacer que parezca? La reflexion vale, por supuesto, para los otros dos ejemplos y los que se le ocurran al lector.
Convengamos que hablamos de imitaciones, no de creaciones. Vale entonces incursionar en algunas posibles explicaciones que, según mi observación, se inscriben en la renuencia omnipresente a pagar el precio.
Por ejemplo: víctima horrorizada porque la carne es consecuencia del asesinato de una vaca. Pues bien, sí lo es. Pagar el precio es asumirlo, cargar con eso y de paso recordar que en algunos aspectos, los humanos no somos gran cosa aún. Si por el contrario, se considera incapáz de afrontarlo, está bueno que se consideren alternativas en las cuales no haya nada que recuerde el crimen. De lo contrario, la simulación queda encadenada al –ahora- supuesto rechazo. Ocurre que quienes dicen que no matarían jamás a una persona, suelen disfrutar con video juegos donde se puede matar sin compromiso, o viendo películas donde parece que matan personas y, para mayor tranquilidad, son otros quienes lo hacen. La simulación perpetua aparece donde debió estar la integridad. Con integridad, todo pasa por uno mismo. Sin embargo, pertenecemos a una cultura donde se nos endosó como natural, el arte de “poner afuera”, es decir, de no querer pagar. Para eso en principio nos fue dado un dios, que es quien se hace cargo de lo que no nos gusta o no queremos saber, para no tener que hacernos cargo. Las consecuencias, dificultan cada vez mas la convivencia e inexorablemente se adhiere a las respuestas de los gurúes de moda que, por supuesto, para nada mejoran la hecatombe.