miércoles, 12 de enero de 2011

PODER

Para ejercer poder sobre la vida de otros, no es necesario poseer –literalmente- algún tipo de supremacía extraordinaria. Basta, en general, con erigirse en representante de algún supuesto incuestionable poder superior, el cual habría elegido y ungido desde su condición de mandante, al “obediente” que lo representará ante aquellos a quienes se desea someter. Dado que en cuestiones de fe no se requieren documentos, nadie está obligado a demostrar ni la veracidad del mandante, ni la legitimidad de su relación con aquel. Baste con decirlo, que para eso ya se estableció de antemano que creer es una virtud.
En nuestra cultura, tanto el cristianismo como su padre, el judaísmo, constituyen un chantaje descarnado de inescrupulosos “privilegiados”, que corrieron para llegar primero y colocarse en el lugar de representantes de un supuesto poder, tan superior y abarcativo como indemostrable. Desde ese lugar, en representación de, es desde donde ejercen un poder –que no tienen- sobre la vida de los que “llegaron tarde”.
Tanto el cielo como el infierno (en sus variadas versiones), prometidos impunemente por quienes no pueden hacerse responsables de ello, constituyen meros chantajes utilizados como herramienta de dominación sobre las mentes y los cuerpos. Esta dominación que, en principio sirve para sostener a los “representantes” en su lugar de privilegio, es altamente funcional a otros intereses, particularmente (cuando no), económicos; con los cuales los sacerdotes (en sus variadas versiones, incluido el Dalai Lama) pueden negociar, dada su alta influencia sobre los esclavos – creyentes –  potenciales consumidores.